Te invito a conocer la historia de mi parto positivo:
Soy mamá de 3 niñas: Antonella, Sofía y Miranda. Entre la más grande y la más pequeña, hay 20 años de diferencia. Pero fue recién durante el nacimiento de Miranda, mi tercera hija, que conocí las bondades y beneficios del Hipnoparto.
En mis 2 primeras experiencias de parto, el dolor, la intervención y la pérdida de autonomía fueron los protagonistas. Puedo decir que se trataron de situaciones traumáticas, que me llenaron de temor.
Cuando me embaracé de Miranda estaba feliz, porque fue una niña buscada y deseada durante mucho tiempo. Sin embargo, algo dentro mío no me dejaba disfrutar plenamente del embarazo. La sola idea de pasar por una situación similar a las anteriores me angustiaba muchísimo. Estuve meses llorando, mientras imaginaba cómo sería la llegada de Miranda a este mundo.
Pero, de alguna manera, el miedo fue un motor que me impulsó a investigar. Decidí que no iba a pasar por lo mismo y empecé a considerar diversas opciones: desde cesárea programada, hasta parto orgásmico. En medio de esa búsqueda, una amiga me recomendó Hipnoparto.
Lo primero que hice fue leer un libro para informarme, ¡me encantó! Luego tomé una clase con Sam, mi marido. Eso nos puso a los 2 en sintonía. Él también era parte del equipo: durante el embarazo practicamos las técnicas juntos y sabía todo lo que yo quería (y lo que no quería) para mi parto. Sam iba a ser el guardián de nuestra experiencia.
A medida que practicaba las técnicas, el miedo se fue transformando en confianza y mi desesperación, en ganas locas de parir. Sentía que sabía cómo hacerlo, como cuando estudias muy bien para un examen y quieres que llegue el día para darlo todo. Pasé el resto de mi embarazo alegre y expectante.
¡Y por fin llegó EL DÍA!
Podría contar el parto de Miranda en tiempo real y hasta hacer un corto con él, ya que solo duró 1 hora y 15 minutos, de principio a fin. Cuando cuento esto suelen decirme que soy muy afortunada. Recibo comentarios del estilo: “así cualquiera tiene un buen parto”, “ojalá me pasara a mí”. La realidad es que un parto que se precipita de esa manera, puede ser muy intenso, desconcertante y aterrador.
Estaba en la semana 41.5, cuando después de 3 largas semanas rechazando la maniobra de Hamilton para inducir el parto, acepté tenerla esa tarde. Luego del procedimiento me fui a casa, estaba muy cansada y decidí acostarme a dormir una siesta. Dormí profundamente por 2 horas. Esa misma tarde rompí bolsa a las 19:15 hs y, 10 minutos después, comencé con las primeras contracciones. 5 minutos más tarde un escalofrío se apoderó de mi cuerpo y supe que era hora de ir al hospital. Nos subimos al coche y las contracciones eran cada 4 minutos. Sam conducía mientras me daba palabras de aliento, me acariciaba la mano y me recordaba que tenía que respirar, como habíamos aprendido.
El problema de los partos tan rápidos es que es fácil perder el control. Las contracciones son muy intensas y frecuentes, se produce un cambio hormonal tan repentino que es muy difícil mantener la calma y enfocarse en lo está sucediendo. Por suerte, esta vez estaba bien preparada: todo lo que había aprendido estaba viniendo a mí. Llegué al hospital completamente en calma y a solo 20 minutos de conocer a mi bebé.
Mientras Sam lidiaba con las parteras, yo me fui a un rincón. Apoyé mi cabeza en la pared, cerré los ojos y comencé a escuchar los audios de relajación, respiraba para navegar las contracciones… me sentía tranquila y feliz. Lo próximo que recuerdo es arrancarme los auriculares y decirle a mi pareja que Miranda estaba viniendo. Aún no tenía habitación, nadie creía que estaba en trabajo de parto avanzado por lo calma que me encontraba.
Finalmente conseguimos que alguien nos escuchara. Mientras nos dirigimos hacía la habitación le pedí a la partera que me sacara los pantalones, porque mi bebé estaba viniendo. Desconcertada me los sacó y me sugirió hacerme un tacto para medir la dilatación y me negué, yo la sentía, Miranda estaba ahí. Me acomodé de rodillas en la cama, abrazando el respaldo que estaba en alto. Mi cuerpo empezó a pujar mientras yo lo acompañaba con la respiración y visualizaba a mi bebé saliendo de a poco. Cada respiración me acercaba más a ella.
Miranda llegó al mundo a las 20:30 hs de manera natural y serena. No puedo decir que sentí dolor en ningún momento, solo intensidad, poder y satisfacción. El parto de Miranda fue bellísimo, una experiencia empoderadora y sanadora. Eso me transformó de tal manera que cambié de carrera profesional, para ayudar a otras mujeres a que puedan disfrutar de su parto como lo hice yo.
Hoy con orgullo puedo decir: ¡lo hicimos hija, lo hicimos junta